Dejar la tierra conocida y los afectos es una historia que se repite una y otra vez. Los que se marchan, voluntaria o involuntariamente, renuncian a todo lo conocido y empiezan a caminar con su vida en una maleta. Y en esta historia hay países que pierden a su gente y otros que la ganan, aunque la migración, al inicio, jamás se ve como una ganancia.
Ecuador ha perdido y ha ganado gente, aunque la memoria de lo primero no está presente. Nos hemos olvidado de esa estampa de los adioses en el antiguo aeropuerto de Quito, ese agitar de sacos, chompas, brazos y manos cada vez que despegaba un vuelo hacia Europa a inicios de los dosmiles. Pasamos por alto que ahora mismo hay muchos jóvenes en el sur de Ecuador que pactan con un coyote su ruta hacia Estados Unidos.
Están más presentes las imágenes de los venezolanos que nos deja la prensa, que nos hablan de la migración como si fuera una gran catástrofe natural, una gran oleada, una avanlancha… “Migrar es tocar tierra” quiere alejarse de esa construcción mediática y contar historias individuales, humanizar la migración y hablar de las migraciones lejos de los ismos y de las cifras de cuántos atraviesan las fronteras.
“Migrar es tocar tierra” fue una exposición itinerante que recorrió parte de la frontera norte y creó un punto de encuentro para aprender y recordar mirando hacia adentro. Ahora en su formato digital es una invitación para pensar en cómo y por qué una persona deja su país, sin olvidar que la historia de las migraciones se repite y quizás mañana nos toque dejar todo los afectos y alejarnos de todo lo conocido.